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El cine político en la era de Macri

¿Volvió el tiempo de los dos demonios? Por ahora, seguimos viendo el cine comprometido que se filmó en los últimos años. ¿Continuará?

La llegada de Cambiemos al gobierno en la Argentina no sólo parece haber transformado las relaciones entre la Casa Rosada, la economía concentrada y los medios de comunicación. El 10 de diciembre de 2015 se abrió en el país un túnel que conecta de forma directa con otra mirada sobre la cultura y, más específicamente, con lo que se dice y deja de decirse desde el arte en relación a la historia política nacional.

En este marco en el que el actual ministro de Cultura de la nación, Pablo Avelluto, poco antes de asumir ironizaba sobre los hijos de desaparecidos y pedía que los docentes que hicieran huelga deberían ser echados de sus trabajos, no sería de extrañar que la mirada del INCAA en relación al pensamiento político, fuera por ese camino durante (al menos) estos próximos cuatro años.

Por lo pronto, la actual edición de la muestra de cine argentino-europeo Pantalla Pinamar, mantuvo en esta versión 2016 una mirada sobre la historia reciente del país que abre los brazos a la discusión sin medias tintas ni escarceos ideológicos con lo reaccionario.

Como ejemplo del cambio vale apuntar lo sucedido en la Ciudad de Buenos Aires, donde las últimas ediciones del Bafici, comandado por Marcelo Panozzo (hoy mudado a la Usina del Arte y reemplazado felizmente por Javier Porta Fouz) en una gestión marcada por el carácter snob de un festival que nació abierto a múltiples miradas y en sus manos corrió el riesgo de transformarse en cine club para pensamientos políticos pusilánimes y más cerca del reaccionarismo militante que del debate sincero.

Como ejemplo de esto último basta mencionar lo que se vio en el Bafici de 2014, cuando se presentó "El diálogo", de Pablo Racioppi y Carolina Azzi (pareja de Avelluto). Mäs allá de la mediocre estructura formal del trabajo (por momentos parece un video familiar editado a las apuradas), se trata de un proyecto que hace todo lo posible por reinstalar la apolillada teoría de los dos demonios, a través de charlas entre la reconvertida Graciela Fernández Meijide y un ex guerrillero, surfeando entre falsedades tales como "Videla somos todos". Lo más elocuente sobre el documental llegó sin embargo de la mano de una felicitación directa a Fernández Meijide de parte de la principal defensora del terrorismo de Estado y la apropiación de bebés de la Argentina: Cecilia Pando, quien se abrazó con la ex dirigente de los derechos humanos el día del estreno del film. 

El marco ideológico de PRO-Cambiemos es claro y quizá, por eso, haber asistido a la proyección de Operación México en Pantalla Pinamar haya sido quizá uno de los últimos chapuzones de cine político plantado contra el discurso dominante de la derecha cultural y política. El film, dirigido por Leonardo Bechini, cuenta una historia escrita por Rafael Bielsa y que tiene como protagonista a un combatiente de Montoneros (Luciano Cáseres) que es secuestrado por la dictadura militar y llevado a una quinta en la que lo "convencen" de ayudarlos a matar a la cúpula liderada por Mario Firmenich.

Montado sobre un guión sin baches y un trabajo visual acertado, más cerca de la reflexión que del panfletarismo de los 80s, el film se aleja de cualquier necesidad de objetivizar la historia y, por el contrario, agita la bandera de lucha contra la dictadura como principio, medio y fin. 

No es poco que este sea el panorama de un festival que se desarrolla en una de las ciudades más exclusivas del país, a dos meses de comenzado el gobierno que hizo campaña sobre la idea de que los Derechos Humanos son "un curro" y que sostiene en la Secretaría de Cultura de la capital argentina a un hombre que dijo que "los desaparecidos no son 30 mil" porque "esa es una cifra que se acordó en una mesa chica para cobrar subsidios". No, no es poco que se debata política en un festival de cine bajo este paragüas político-conceptual.

También es saludable que Eva no duerme, el film que en noviembre cautivó al público en el Festival de Cine de Mar del Plata, sea parte de la grilla de Pantalla Pinamar. El muy lúcido relato de Pablo Agüero sobre al maltrato que sufrió el cadáver de Evita es otro grito ideológico que le moja la oreja al nuevo orden de Cambiemos. 

Otros títulos que en la ciudad costera hablaron de una mirada política de alto voltaje y compromiso fueron Encuentro en Guayaquil, de Nicolás Capelli, producción nacional sobre la cumbre entre José de San Martín y Simón Bolívar en 1822; la española Techo y comida, sobre el drama de los sin empleo en el país ibérico; Jimmy’s Hall, último opus de Ken Loach (uno de los apellidos que provocan escozor entre la intelligentzia de la derecha cinéfila argentina); o el documental Favio: Crónica de un director, de Alejandro Venturini, quien se lanzó a repasar la carrera del gran ícono del cine nacional y popular.

Sea como fuere, en términos ideológico-políticos-cinñéfilos el balance que puede hacerse de esta última entrega de Pantalla Pinamar es más que positivo.

No hay acuerdos con los fondos buitre o relanzamiento de las relaciones carnales que pueda contra la convicción política de decir lo que se quiere decir a través del cine. La nueva gestión del INCAA mostrará cuáles son sus cartas a lo largo de este año. Sólo resta desear que la producción de cine político argentino evite terminar contaminada por la influencia de los negacionistas y los exégetas de la represión y los tiempos que dejamos atrás hace 33 años.



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