OÍR MORTALES | pedro aznar

Pedro Aznar volvió a teñir de música perfecta al Gran Rex

Ofreció un concierto en el que repasó, disco por disco, su nutrida carrera solista.

Se abrió el telón y el escenario del Gran Rex dejó ver una puesta minimalista. Una pantalla y un teclado con una silla detrás y otra al costado. Esos elementos, sumados a guitarras y bajos que se fueron intercalando durante las siguientes dos horas, alcanzaron para que Pedro Aznar entregara, sin otro músico en escena, un concierto memorable basado en algunas de sus grandes canciones.

La excusa de la cita fueron los 35 años de carrera que cumplió en 2017 y que viene repasando en la gira Resonancia, donde ejecuta canciones de las casi dos decenas de discos solistas que tiene editadas.

El comienzo fue riesgoso, con un trabajo de edición en vivo del clásico beatle Because, includo en el disco debut que llevó su nombre, editado el mismo año en que Seru Giran dijo adiós con su registro en vivo No llores por mi, Argentina.

Primero la grabó en teclado, luego puso los bajos y finalmente tomó la guitarra y ejecutó la versión final, mezclada con las dos anteriores. La apuesta salió bien y abrió un abanico de canciones perfectas que tuvieron sus puntos más altos en Fotos de Tokio (del disco homónimo de 1986); las contundentes Los chicos de la calle (David y Goliath, 1996, editado en plena escalada de la pobreza en Argentina) y Barrio marginal (de la BSO de No te mueras sin decirme adonde vas, de 1995); Muñequito de papel (Parte de volar, 2002) y la entrañable A cada hombre, a cada mujer (parte del momentáneo regreso de Seru Giran en 1992).

Aznar en el Gran Rex (foto: Edu Romero)
Aznar en el Gran Rex (foto: Edu Romero)

Antes del cierre oficial con Contraluz (de 2016) la gema fue su reinterpretación de Tema de Pototo (primer single de Almendra, grabado en su bellísimo homenaje al Flaco titulado Puentes amarillos, de 2012). 

Se trató de un set sólido y en el que Aznar, perfeccionista, obsesivo del sonido y de cómo suena un concierto, se abrió a una participación del público que llegó en más de una ocasión, pidiendo palmas (que sonaron con sincronización de reloj suizo) y habilitando un ida y vuelta constante.

Los aplausos que vinieron en el intermedio sonaron con la certeza que el show debía continuar, más que nada porque las luces del teatro siguieron apagadas, como sincerando unos bises que eran tan deseados como necesarios. El regreso al escenario por parte del frontman de la noche fue con cuatro temazos: Ella se perdió (David y Golilath, 1996), el grito conmovedor de Quebrado (Quebrado, 2008) y dos canciones de otros autores que Aznar hace como nadie, al punto de que parece haberse apropiado del ADN de los tracks: A primera vista (Amara Zaia Zoe, de Chico César, grabada por Pedro en Cuerpo y alma, 1998) y la descomunal Ya no hay forma de pedir perdón (Sorry Seems To Be The Hardest Word, de Elton John, incluida en David y Goliath, 1991).

Y por supuesto, como la noche ameritaba y como el anfitrión merecía, la despedida fue con una ovación de pie, sonora, como si se hubiera activado la intención no dicha de estirar la noche unos segundos más en esa conexión artista-público que durante 22 canciones estuvo blindada a la realidad que pegaba con dureza afuera del teatro.

Aznar en el Gran Rex



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